23 de Agosto
Cuando pensamos en el tráfico de esclavos, muchos de nosotros podemos caer en el error de creer que estamos hablando de un hecho del pasado, de una historia que aconteció hace mucho tiempo, una historia que fue dolorosa pero que como muchas otras forma parte del pasado. Sin embargo, hoy sigue existiendo el tráfico de personas, personas que tienen nombre y apellido, personas que pertenecen a una familia, a un pueblo, personas que hoy como ayer siguen siendo víctimas de la explotación.
Hace unos días, asistí al filme La Amistad, del director Steven Spielberg, una película impresionante y conmovedora, una película que muestra la barbarie del tráfico de personas durante el siglo XIX. Pero quiero detenerme en una imagen, la del océano Atlántico. El mar es el mayor testigo de la muerte de hombres y mujeres que fueron tratados sin ninguna consideración por su humanidad. El mar acogió en sus aguas los cuerpos de muchos inocentes. Esa imagen me recordó una realidad de la que hoy somos testigos: la inmigración.
Cuántas veces hemos escuchado del naufragio de las embarcaciones en las que viajaban los inmigrantes al pasar de África para Europa. Entonces, hoy como ayer el mar se convierte en testigo y en casa para tantas víctimas de este sistema económico, político y social que sólo trata como descartables a tantos hombres y mujeres que según sus parámetros no son productivos.
Según el Secretario General de las Naciones Unidas el tráfico de seres humanos es una industria global y cruel que niegas a las víctimas no sólo sus derechos sino su dignidad y genera millares de millones de dólares fruto de la red del crimen organizado
Hoy como ayer, es tiempo de decir basta a este trato inhumano e de luchar juntos porque se respeten los acuerdos internacionales que prohíben el tráfico de personas.